martes, 12 de julio de 2011

Andrés Florit

Contra el profesor de técnico manual


Mamá me sobreprotegió todo lo que pudo
y me expuso al ridículo. A ti,
que eres de los que no entienden que haya hombres
que no sepan armar una repisa.
Disfrutabas poniéndole un 2 a los que no traían materiales
y más de una vez disfrutaste a costa mía.
De nada servía pelear, eras
asquerosamente omnipotente en ese taller.

Tan alto y seguro de ti mismo,
parecido a papá en sus mejores años.
Seguro que como él también hacías deporte,
habrás tumbado a más de diez
como a mí me tumbaron diez veces por cobarde.

A mis amigos les iba bien en tu curso,
ahora son padres. Yo me martillaba el dedo
por escapar al patio antes del timbre.
Si sólo hubiera pegado un clavo. Todo
salía contrahecho en ese galpón,
nada tenía sentido. Entonces me reía,
en vez de defenderme me reía y tuve que
congraciarme con los que sabían pelear. Aprendí
a pegarle a los que no sabían devolver el golpe.
En ese pasado salvaje
no había libros, no había poemas,
sólo un constante miedo
al ataque a mansalva. A la risotada
del curso entero luego de cantar a toda voz
tres liaos pal florit cu
florit cu
–liao!

el hit de mi mejor amigo
cuando nos quedábamos solos en la sala.

Estos son mis materiales:
los clavos que me tuve que sacar.
Me habría gustado ser estoico,
afirmado en alguna verdad interior.
Pero no había dónde afirmarse.
Sólo el tiempo me libró de la juventud
a la que gente como tú quisiera volver.

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