martes, 13 de septiembre de 2011

Absalón Opazo

La dulce Filomena


Se pierde tarde por la plaza
hacia la oscuridad, hacia el
museo de historia antigua,
ahí fuma sus primeros
escaños en la escalera del
cáncer de útero y pulmón
y no teme a la línea recta
que trazan sobre ella los
iluminados proxenetas de
la nueva república, trapos
siniestros remojados en
agua y mierda sin filtro.

Su boca pudo ser una flor,
una estación, un viaje tras
las olas, tras las ciudades
acaloradas de espanto y
pastel, su boca pudo no
ser un urinario sumiso,
su boca pudo ser tantas
cosas pero ahora hace
sólo una, sólo una cosa
todas las noches, tarde,
cuando ella se pierde
con sus taquitos sin piel
hacia la oscuridad, hacia
la zona del museo de
historia antigua, a vender
su carne muerta de
muñeca rosada.

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