El zelota ante el discípulo
Qué sabes tú, que no
despiertas de la fiebre en medio
de una guerra de dos veces mil
con el reflejo de las hojas del bambú sobre tu piel,
donde no hay vinagre para
calmar la calentura de tu cuerpo ni agua
para sosegar tu sed
si tan sólo no tuviera el rastro, la
estela del amor, el ojo
de Dios sobre la nuca, este silencio
retumbando en mi cabeza como
arena en un reloj de cuero;
estas manos listas a empuñarlo todo
estos ojos
hoyos secos en mi cara que te miran
preguntando por el brillo de los tuyos.
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